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Nuestro sempiterno complejo de inferioridad nos ha hecho siempre confiar o esperar que en el extranjero, en otras naciones más avanzadas que nosotros, no se producían las patologías crónicas que sufríamos los españoles, en forma de atraso, corrupción, ineptitud, caciquismo o ineficacia. Mirábamos siempre con buenos ojos y admiración todo aquello que venía de Francia, Inglaterra o Alemania. Muchos siempre argumentábamos que muchas cosas que pasaban aquí serían impensables en otras latitudes presuntamente más desarrolladas. Sin embargo, la realidad no ha confirmado nuestros tradicionales designios y se producen por doquier muestras de que los pueblos más admirados no son tan inmunes a los problemas que nos aquejan a nosotros los españoles. Tenemos un auténtico problema global y esto es lo que debemos afrontar todos juntos.

En 2007 estalla una crisis financiera e inmobiliaria internacional en nuestras narices ante la que nuestros poderes públicos internacionales no supieron reaccionar a tiempo, esto es, con carácter previo y respecto de las que se tomaron medidas tan poco coherentes como otorgar crédito gratis precisamente a aquellos que nos metieron en un embolado de este calibre, mientras el tejido empresarial y social sufría las consecuencias de que se cortase para ellos el grifo del crédito. Las consecuencias las seguimos pagando los de siempre en forma de recortes, deuda y desaceleración económica. Todo muy eficaz, todo muy eficiente pero pasados más de quince años todavía nos estamos lamiendo las heridas y esto no tiene visos de que vaya a cambiar pronto…

En 2020 la crisis del coronavirus no encontró un solo caso de éxito a la hora de valorar la gestión sanitaria de la pandemia. Se ensayaron las soluciones excepcionales más variopintas y se violaron constantemente y de manera un tanto inútil, muchos de los derechos humanos que nos ha llevado miles de años conquistar. Dejaron que nuestros familiares murieran solos como perros en las residencias, nos encerraron, nos multaron, nos impidieron viajar al extranjero, cerraron forzosamente nuestros negocios y medios de vida, nos han prohibido tener relaciones con nuestros familiares más cercanos y han imbuido en una parte, gracias a Dios minoritaria de la sociedad, una paranoia y aversión hacia el contacto social que más pronto que tarde provocará que muchos de los nuestros adopten hábitos poco saludables e incluso requiera de asistencia psiquiátrica de manera crónica. Nos tuvimos que poner las mascarillas en interiores, en exteriores, ahora sí, ahora no, ahora no me interesa que os pongáis mascarillas porque no las tengo en stock y todo ello bajo el reproche de que todo era por nuestra culpa. Consecuencias todas ellas muy lamentables y que se derivan en gran medida (no en toda, claro está) del hecho de no haber adoptado en su momento las más elementales normas de previsión y prevención y con el único resultado real de haber llenado el bolsillo a una industria farmacéutica que ha visto en este desastre de los sistemas sanitarios mundiales, una vía de financiarla de una manera a todas luces desproporcionada.

No muy lejos de España, en las procelosas aguas de la Europa central, llevamos ya demasiados meses sufriendo una guerra inexplicable que le va a suponer un coste insoportable de vidas humanas a ucranianos y rusos, pueblos lo quiera o no hermanos, y que va a extender dolor y sufrimiento por todo el mundo, especialmente en Europa y los Estados Unidos. Todo ello por una guerra geoestratégica que se nos escapa, pero que ha llegado a provocar el estupor de alguien tan bien informado, para el bien y el para el mal, como Henry Kissinger. Y por el módico precio de aceptar que no resulta conveniente que la OTAN se extienda por Ucrania, que varias regiones de este país tienen derecho a obtener una limitada autonomía sobre su territorio y que parece de sentido común que si Rusia les regaló la Península de Crimea a finales del siglo XX, no parece muy descabellado que ahora no quiera permitir que se utilice estratégicamente tal territorio en su contra. Pero nuestros dirigentes mundiales, lejos de buscar soluciones consensuadas que eviten el derramamiento inútil de sangre inocente, avivan un conflicto que nos va a hacer más mal que bien a todos. En esta ocasión no quieren acudir al diálogo y si porfían inútilmente con solucionarlo todo con más OTAN y más armas y destrucción… Seguramente como no consiguieron con las armas solucionar anteriormente los problemas de Afganistán, Irak o Siria. Algo que no tardaran mucho en comprobarlo en carnes propias los desdichados ucranianos, víctimas de la utilización partidista en un escenario de ajedrez mundial…

Pero por si no tuviéramos poco en estos momentos, la gestión a todas luces desproporcionada de una crisis climática está produciendo un caos absoluto en una de las industrias mundiales de más peso, la del automóvil. Aparte del desabastecimiento de algunos componentes, asistimos a una situación en la que ni siquiera el que quiere y puede cambiar de vehículo osa hacerlo por la incertidumbre creada por la aplicación abusiva y atropelladas de restricciones en fabricación y en circulación que van a pulverizar un mercado mundial del que dependen millones de familias a los largo del mundo. Los consumidores no estamos preparados para pagar por un coche básico lo que no hace mucho nos costaba una vivienda. Esto es una realidad y es posible que muchos no podamos acostumbrarnos nunca. Por eso, quizá sea más adecuado que las medidas se tomen de una manera más sostenida en el tiempo, pero menos atropellada. Los costes de diseño y fabricación de un nuevo modelo de motor tardan cinco, seis o diez años en amortizarse y esta es una realidad a la que la industria no se puede zafar. La necesaria transición de modelo se puede producir de una manera más coherente y menos costosa a nivel de empleo y envejecimiento del parque móvil mundial. Esto resulta a todas luces evidentes para todos.

Pero es que íntimamente relacionada con estas cuestiones es la crisis energética mundial que está produciendo problemas de desabastecimiento e inflación por doquier. La guerra de Ucrania o el cambio climático nos parecen excusas de mal pagados en un mercado como el de la energía que es mucho más complejo y diversificado de lo que las grandes corporaciones energéticas nos quieren hacer ver. Nadie desmiente los tejemanejes y los extraños movimientos que muchos petroleros hacen en aguas internacionales que algunos medios de comunicación empiezan a denunciar y no somos pocos los que sospechamos que por muchos embargos que nos publiciten seguimos consumiendo gas y petróleo ruso a los mismos niveles que antes del conflicto ucraniano porque nos enfrentamos a un mercado de materias primas dominado por unos pocos y no todo lo transparente que debiera. Pero para solucionarlo ya están nuestras cuentas corrientes para pagar unos recibos de la luz y del gas muy por encima de nuestras posibilidades reales.

Más recientemente, en otro orden de cosas, el lamentable final de la ley del “sí es sí” ha puesto al descubierto lo endeble de las medidas adoptadas por el Ministerio de Igualdad de Irene Montero. Desoyendo los informes de todas las instancias de expertos, desde el Consejo General de Poder Judicial al propio Ministerio de Justica, consiguió aprobar una ley que ha puesto en la calle de decenas de delincuentes sexuales. La política podemita de protección de la libertad sexual, trasunto de la exportación de las teorías de género más estrambóticas de la esfera internacional, lleva al cuestionado departamento ministerial a poner en riesgo la integridad de miles de mujeres españolas y a pisotear la dignidad de decenas de víctimas que ven como sus agresores salen a la calle gracias a la maravillosa gestión de la pareja de Pablo Iglesias. Todo por no hacer caso a los consejos de los expertos que realmente conocían la realidad jurídica y judicial de estos sucesos. La conclusión es que el lema se lo deberíamos aplicar a la ministra y a su chiringuito y tanto Irene Montero debería dimitir “sí es sí” como su putrefacto y costoso ministerio debería ser absorbido por otro en el que realmente contaran con expertos en la materia, antes de volver a producir consecuencias tan perniciosas contra las mujeres víctimas de violencia sexual. Sin contar con el follón que han montado con la adopción sin más de las más radicales teorías Queer, asunto que ha provocado la división del propio movimiento feminista en nuestro país y que dentro de poco estallará como una bomba más a las puertas de Alcalá 37 sede del ministerio más cuestionado del gobierno español. Y es que han utilizado sin más a las pobres mujeres españolas como conejillos de indias de los más deleznables experimentos sociales a nivel planetario y más pronto que tarde pagarán por ello…

Por eso consideramos que la inevitable consecuencia que todos deberíamos sacar de todo lo que nos ha pasado recientemente es que España no es una excepción en el mundo de estos años veinte del siglo XXI y que lo que es posible que fuese verdad en el pasado en el presente no se produce porque franceses, ingleses, norteamericanos o alemanes sufren de la ineptitud de las élites políticas y económicas globales en el mismos grado que lo hacemos los sufridos españoles porque las diletantes medidas que nos imponen se producen en los cenáculos de las organizaciones internacionales menos democráticas y más opacas al escrutinio de los ciudadanos, el Consejo de Seguridad de la ONU, la OTAN, la Unión Europea, el Fondo Monetario Internacional o el Foro de Davos.

La crisis energética, la inflación mundial galopante, el hundimiento de la industria del motor, las legislaciones feministas totalitarias, el desmantelamiento de nuestros servicios públicos más básicos como el sanitario, el educativo o el de pensiones, no son más que síntomas de los que deberíamos extraer un simple diagnóstico: no podemos dejar en manos de estas élites globalistas la solución de nuestros propios problemas. Nuestros problemas son demasiado importantes para nosotros como para dejarlos en manos de una casta política a la que lo único que les importa es congraciarse con las élites económicas y militares mundiales. Tenemos que recuperar la soberanía sobre los asuntos que nos afectan directamente porque es necesario que el pueblo sea, en estos inicios del siglo XXI el verdadero protagonista a la hora de adoptar las soluciones a los problemas que les afectan. No hay otra salida.

Por todo ello, desde Defensa Social defendemos una democracia avanzada que haga a los pueblos actores principales de las decisiones que les afecten, avanzando en los mecanismos de expresión directa de su voluntad y mediante la necesaria transparencia en la gobernanza de los asuntos públicos. No hay otra opción en esta coyuntura histórica que dejar que sea el interés general el soberano y no permitir que sean intereses particulares y ocultos los que nos lleven a un escenario de caos y desastre. Cuanto más avancemos en esta línea de abrir la democracia a los españoles, mejor nos irá.

¿Resulta de recibo que una moneda única como el euro se hubiese impuesto a los españoles sin siquiera consultarles en referéndum? ¿Podemos seguir sufriendo las decisiones que llenan los bolsillos de unos pocos sin tener la oportunidad de alzar nuestra voz y oponernos? ¿Es de recibo que en estos momentos de la evolución humano permitamos seguir siendo tratados como borregos? ¿Hasta cuándo van a seguir abusando de nuestra buena fe y nuestra paciencia? A veces, creemos que no tenemos límites, pero la vida nos enseña que hasta el aguante del pueblo español tiene un límite. ¿Todo lo que nos sucede no tiene solución?

En Defensa Social creemos que sí existe solución y por eso seguiremos avanzando en la promoción de una auténtica democracia, mediante la corrección de los errores que el decimonónico sistema liberal está provocando en sociedades más sofisticadas y complejas en las que resulta imprescindible palpar a cada instante la temperatura de las calles y los pueblos. No podemos seguir permitiendo ser manejados sin nuestro consentimiento, siendo llevados a un futuro con el que cada día que pasa estamos menos personas de acuerdo. No nos gusta el mundo que han diseñado para nosotros, en el que unos lo tengan todo y los demás nos conformemos con las migajas.

Nuestra dignidad y nuestro empeño se deben tener en cuenta a la hora de diseñar nuestro porvenir. Tenemos todo el derecho del mundo a decidir por nosotros mismos si queremos dedicar más dinero de nuestro presupuesto en financiar a la OTAN o en Educación o Sanidad. Si nos parece bien que nuestros dirigentes eludan el compromiso moral que tenemos con el pueblo saharaui o no. Tampoco sería descabellado dejar opinar a navarros y españoles si quieren que la Guardia Civil abandone el territorio foral o no. Cosas como estas no se pueden dejar en las exclusivas manos de líderes que solo buscan su auto bombo y promoción personal en organismos internacionales de referencia. Para evitarlo, los españoles deben saber que siempre contarán con Defensa Social. Para dejar ori su voz porque para eso hemos nacido y en ese afán vamos a seguir avanzando.


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